Lo que llamamos la edad dorada de la computación, ese período de aproximadamente 20 años desde finales de los 70’s hasta mediados de los 90’s en donde los sistemas de 8 y 16 bits competían por entrar en los hogares y en los corazones de los usuarios, tuvo una magia única e irrepetible.
Las home computers tenían (y tienen) alma, personalidad, ingenio, creatividad y diseño, algo que una PC moderna nunca tuvo ni tendrá. Parece difícil que la informática recupere esa belleza del boom inicial, sobre todo en una época donde las computadoras están destinadas a convertirse en un electrodoméstico más.
Fuimos afortunados de haber vivido y disfrutado ese fenómeno casi inexplicable, y somos aquellos que con espíritu de conservación hacemos que siga viva la pasión por las computadoras.
Cuando las computadoras que me han acompañado durante casi toda mi vida cumplían los 40 años, yo festejé mis 50. Nací el mismo año en que se desarrolló la Xerox Alto y tres antes de que las computadoras empezaran a llegar a los hogares.
Conocí, toqué y usé una home computer por primera vez en 1985: una Czerweny CZ 1500. Estudié BASIC a partir de marzo de 1986 con las Texas Instruments TI-99/4A y tres meses más tarde compré mi primera revista de computación, la K64. Poco tiempo después tuve mi propia computadora, una Drean Commodore 16, mientras que mis compañeros de escuela jugaban y programaban en sus Talent MSX DPC-200.
Desde mis inicios en la informática hogareña siempre estuvo presente la diversidad de plataformas, algo que con el correr de las décadas se fue transformando en una fascinación por descubrir y aprender las características únicas de cada máquina.
En su libro “Un recorrido visual”, Juan Antonio Fernández dice: “Hace poco he cumplido cincuenta años y creo que mi edad de oro nunca terminó. De hecho, creo que todos los años está empezando”.
Tal vez todos tenemos algo de esa certeza en nuestra alma.
¡Excelente! Totalmente de acuerdo.